El ego curricular

El ego curricular esconde una verdad, tiene una psicología oculta: la ilusión intelectual. Sustituye la belleza de la voluntad de poder. “Un currículum es –dice Juan Antonio García Borrero– la vuelta al ego en ochenta líneas”. Y es que el ego ha llegado a empobrecerse tanto, a perder de tal manera vitalidad, que ha quedado expuesto en ochenta líneas. ¡Qué poca virtud la del ego!

De haber nacido en esta época, Nietzsche hubiese afirmado: ¡qué poca valía la de estos intelectuales reducidos a ochenta líneas! ¡Qué voluntad tan pequeña y errática para reafirmarse! De modo que esta reducción del ego a unas pocas palabras, a un currículum, a una presentación, evidencia social y psicológicamente un gran complejo de inferioridad. Como no pueden crear, como sus obras no evidencian ninguna creatividad, muchos intelectuales reducen el ego creativo a un estado curricular. El currículum es una norma utilitaria, pero está siendo utilizado para camuflar la escasa capacidad de creación. Con él se intenta establecer un prestigio moral e intelectual que no se tiene.

El hecho mismo de “curricular” la “historia intelectual”, tiene como base una abismal hipnosis del lenguaje y las palabras. Los motivos son muchos, pero  muchos “intelectuales” se ven mayormente arrastrados y tentados por la “grandeza” de crear historias curriculares más que por desarrollar la creación artística. Son agresivos en tanto pueden acumular evidencias curriculares. Hoy en día es una práctica extendida, porque un buen currículum puede más que la voluntad de cualquier hombre. Por medio de un currículum algunos se pueden apoderar más fácilmente del poder que por medio de la voluntad. Y quienes mejor desarrollen esta estrategia pasarán a la ofensiva, aunque por muy poco tiempo.

El ego curricular constituye además una de las muchas prisiones del espíritu. Es como un disfraz para decir “quien soy yo” sin ser realmente. A menos creatividad más ego curricular ¡Pura insensatez! Y así, se piensa que un buen currículum determina la salud de un buen intelectual.

Pero no sólo el ego se alimenta de palabras y currículum: el ego intelectual posee también la belleza intrínseca de poder salir algún día de la trampa de la hipnosis intelectual. Tiene voluntad para dejar atrás el pobre significado del ego curricular. La poética del ego, si es que cabe el término, no se reduce a una vuelta en ochenta líneas.

Seguramente conocen El mito de Sísifo, de Albert Camus. El ego curricular es como ese mito. Camus fue uno de los más grandes intelectuales del siglo XX. Y con El mito del Sísifo quiso representar existencialmente su propia queja intelectual. Se quejó de la vanidad de esas jergas curriculares  como piedras de Sísifo, pesadas y abultadas, haciéndonos retroceder al mismo sitio, al lugar de las palabras y el lenguaje, reduciéndonos a un concepto. Y eso es un currículum, el concepto de llevar una gran carga pesada de palabras a cuestas, de enmascarar la doble moral que impide la liberación en espíritu. Ochenta líneas pesan más que toda la humanidad sobre la tierra.

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