El pasado 25 de abril del 2011 asistí a la presentación del libro Cuba: arte y literatura en exilio, que compila varias ponencias presentadas en un foro que se viene organizando en España bajo el nombre Congreso Internacional sobre Creación y Exilioy que ha sido editado por Grace Piney y James J. Pancrazio. El libro fue presentado en Miami, en el Instituto de Estudios Cubanos de la Universidad Internacional de la Florida (FIU), en una amena charla que estuvo moderada por la Dra. Uva de Aragón, Subdirectora del referido Instituto y donde fueron invitados a hablar los editores, la Dra. Madeline Cámara y el escritor Carlos Alberto Montaner.
Escuché con mucho interés todas las intervenciones y aprecié en el trabajo de la editora Grace elegancia y profesionalidad. Pero el impulso a escribir estas líneas viene de algunas ideas que le escuché a Carlos Alberto Montaner. El escritor tuvo frases inteligentes y justas hacia lo mejor de algunas zonas de la literatura cubana que se ha escrito fuera de la isla en las últimas cinco décadas. Me llamó la atención especialmente, su comentario sobre la obra historiográfica de Levín Marrero y la gratitud que merece por esos 15 voluminosos tomos de la Historia de Cuba. Con emoción, recordó anécdotas de momentos suyos junto al historiador y nos hizo ver la imagen de un intelectual serio, comprometido con su disciplina y sus convicciones, hasta su muerte en Puerto Rico, donde vivió los últimos y fértiles años de su vida. Levín Marrero, sin dudas, es un ejemplo supremo de la escritura realizada por cubanos fuera del país, como lo es Lydia Cabrera, Eugenio Florit, Cabrera Infante y tantos otros.
Escribir fuera de la isla – y con gran calidad- no es un hecho exclusico de las últimas décadas. El Padre Félix Varela, Heredia, José Martí, escribieron en el exilio, en destierros forzosos determinados por la dominación colonial española en Cuba.
En el período a que llamamos La República, sin embargo, no hay un nombre grande de nuestra literatura que haya escrito lo mejor de su obra fuera del país, si salvamos a quienes escogieron escenarios intercambiados entre su país y el extranjero para su tiempo de creación, como es el caso de Alejo Carpentier.
Montaner se refirió al hecho real del desconocimiento que ha prevalecido en la isla alrededor de la obra escrita por cubanos en cualquier otro lugar del mundo, por una política que ha impedido con argumentos ideológicos que se conozca, aproveche y respete a estas figuras, solo por la razón política de que no compartieran el escenario revolucionario abierto en 1959. Donde no coincido con el escritor, es donde le da valor a los aportes incuestionables de la literatura escrita fuera de Cuba, sobre la base de disminuir la realizada dentro de la isla, con el argumento de que una florece en la libertad y la otra se marchita por la falta de ella. Sin embargo, tanto en un lado como en otro pueden citarse plumas vasallas al dictamen oficialista o al dinero. Y tanto en un lado como en otro pueden citarse plumas empujadas por la honestidad intelectual y humana, que es de donde viene la obra grande e imperecedera.
Es verdad que en Cuba no se han divulgado las obras de muy grandes creadores radicados fuera de la isla, aun cuando muchos no han estado enfrentados a la violencia ideológica que ha prevalecido.
En las palabras de Montaner vislumbro la estéril polaridad en que se ha basado todo el discurso de las dos orillas: el desconocimiento del otro. La literatura del exilio no es grande porque la realizada en la isla sea pequeña, ni viceversa. Sería triste favor el que hagamos a Levín Marrero, que se ocupó tantos años en fichar, ordenar, documentar, escribir una Historia de Cuba que es su legado a las nuevas generaciones de cubanos, vivan donde vivan. Después de todo, siguió bien el camino de los grandes historiadores positivistas como Ramiro Guerra y Fernando Portuondo. Pero la evolución historiográfica en Cuba siguió creciendo y muchos historiadores que adquirieron los mejores ingredientes del positivismo para articularlos no solo con el materialismo dialéctico, sino también con la escuela norteamericana y francesa de la nueva historia, han escrito una obra monumental y seria, que no ha estado basada en sugerencias o aprobaciones políticas. Es el caso de Jorge Ibarra, Joel James, EduardoTorres-Cuevas y muchos más. Decir, como dijo Montaner, que en Cuba no se han escrito páginas con libertad de creación, es restarle méritos a El Ingenio, de Moreno Fraginals, por haberlo escrito en Cuba. Sería negar la grandeza de Paradiso, engendrado y parido en Cuba, a pesar de la ojeriza en funcionarios del gobierno. Es desconocer los aportes de Joel James al conocimiento de la religiosidad popular en Cuba; sería, incluso, desconocer que en narrativa, poesía, teatro, música, danza, cine, plástica – cuando los autores han sido impulsados por los mandatos del arte, independientemente de su asunción ideológica- han sido los espacios donde resulta imposible destruir el sentido propio de la libertad, siempre individual.
Es verdad que una versión oficialista de la Historia de Cuba es la que se transmite en la escuela, donde los héroes se recuestan en la almohada de la gloria y los enemigos (ciertos e inventados) son empujados al octavo círculo dantesco del infierno, sin espacios siquiera temporales al purgatorio. Pero con más o menos ingredientes, todos los estados tienen una versión oficial de su historia y un listado de héroes y antihéroes. La trampa está en que cuando los receptores del discurso comienzan a sentir las fisuras en el santuario idealizado, buscan, y casi siempre encuentran, luces encendidas en el espacio demonizado (la otra orilla).
Hay muy buena literatura en la diáspora cubana. En gran parte, procede de autores que fueron formados en Cuba y allí escribieron sus primeros libros, como es el caso de los ya desaparecidos Cabrera Infante, Moreno Fraginals, Jesús Díaz, personalidades de diferentes discursos ideológicos, que pudieran separarse, en las dos orillas, de la mejor obra que escribieron. La gloria, sin embargo, fue apuntalada por declaraciones de carácter político que fueron convenientes, dinero incluido, para insertarse en la geografía elegida.
Pero los escritores son también seres terrenales. Cervantes participó en los conflictos políticos de su tiempo (hasta el extremo de perder un brazo en Lepanto), como lo hizo Dante Alighieri. A Mario Vargas Llosa y García Márquez no se les preguntó por sus simpatías ideológicas para darles el Premio Nobel de Literatura, en ambos casos merecidísimo.
Hay muy buena literatura cubana dentro de la isla. Alejo Carpentier, Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, José Soler Puig, ya desaparecidos y con diferentes pronunciamientos ideológicos, escribieron y publicaron su obra hasta el final dentro de la isla. En una buena parte de la literatura que se está escribiendo hoy dentro de Cuba (narrativa, poesía, cine, teatro, música) el discurso no solo ha tomado un canal diferente al que se promueve oficialmente a traves de la prensa, televisión y otros medios, sino que tiene una influencia enorme en la búsqueda del sentido de libertad con que el hombre sueña desde siempre. Y esa realidad de expresión ha generado –está generando- una obra de calidad artística que solo la crítica observará en el devenir. Pero se desconoce intencionalmente en espacios de la diáspora, centralmente acercados a la política, donde negar al otro ha sido también labor de pan comer.
Dejar las orillas, viajando al centro del agua clara que nos es común, sería pensar en la nación, desde la conciencia de pertenencia a ella aún con pedazos desgarrados. Cuando los estudios literarios, históricos, sociológicos, culturales, y aun políticos, se miren desde los aportes intrínsecos que proponen y no desde la orilla en que fueron escritos, habremos dado un paso en firme en el acercamiento de todos, al “para el bien de todos” con que soñaba José Martí.
Texto tomado de WWW.revistasurcosur.com