Una de las preocupaciones más lúcida, quizás la más autentica que se concibió en el siglo XX centrada en la problemática del género, estuvo en manos del pensamiento de la filosofa francesa Simone Weil. Contraria a las perspectivas de los sistemas de conocimientos y de las teorías, su libro Echar Raíces fue en su tiempo y ahora una invitación preciosa a concebir el desarraigo como el problema capital del hombre moderno y contemporáneo. Según su opinión, el problema que mayor ahoga al hombre de la época moderna es que adolece de raíces; ese es su problema mayor, ontogénesis existencial: el hombre deambula perdido por la tierra sin conocer a fondo el significado de su existencia.
La necesidad de echar raíces en termino existenciales y no culturales, de que el hombre encontrase el punto original, el centro vital de origen, se convirtió para la filosofa Weil en tema primordial, cuya primera fase de estudio estuvo dominado por el movimiento existencialista y por poder del voluntarismo. La voluntad de poder, no el voluntarismo, podía significar una fuerza vital para que el hombre enrumbase el devenir de la conciencia sujetada desde su raíz; y con ello –decía Weil- evolucionara no como sujeto histórico únicamente, sino también como existencia vivida. Sin raíces, sin saberse quién es exactamente, sin conocer el punto de origen de la energía vital que lo impulsa a tomar cualquier decisión, el hombre para Weil se mantiene navegando a la deriva y desarraigado por completo de su existencia.
A diferencia de lo que pudo concebir Jean Paúl Sartre desde el intelecto, de que el hombre naufraga en el absurdo y que la vida del hombre no tiene sentido de ningún modo, las investigaciones de Weil apuntaron a un positivismo existencial. Para ella, existe la posibilidad de superación de ese estado real de angustia y frustración: con el arraigo a su centro vital original.
El hombre, concluye Weil, ha estado apoyándose durante mucho tiempo en centros no originales, no auténticos a su naturaleza intrínseca.
Esos centros son el pensamiento y el sentimiento; es decir, el intelecto y la poesía.
Y ambos toman de la imaginación y la memoria el vehículo de manifestación. En términos generales para el cubano es lo que pasa hoy dentro y fuera de Cuba. Todas las perspectivas políticas, sociales y culturales por la que se han inclinados los cubanos adolecen de arraigo existencial. De ahí la angustia hoy en Cuba; pues nunca el cubano encuentran el verdadero centro, la raíz de la naturaleza y la identidad. A lo sumo tienden a confundir el verdadero significado del centro con la voluntad de poder.
De saberse en qué consiste la diáspora cubana, el desarraigo existencial lo explicará claramente. Edmundo Desnoe, intelectual cubano radicado en Nueva York hace más de cuarenta años, es una de esa manifestación intelectual y poética viva de desarraigo que trajo de Cuba. El desarraigo no se produce en la diáspora; solo la diáspora, el
alejamiento al centro natural, pone a flor de piel al desarraigo oculto. Y esa fue una de las
conclusiones a la que llegó Weil sobre la intelectualidad europea exiliada. Milán
Kundera abrumado por una parálisis intelectual así lo reconoció.
El problema del desarraigo tiende a ser multifactorial, lo que no descarta un vortice hacia el cual gravitar. El desarraigo existencial no estaria condicionado a la nocion de espacio/tiempo .En ese sentido, veo el desarraigo engendrado por la diaspora -en cualquier epoca y localizacion geografica- como un fenomeno de distinta naturaleza, en tanto el «centro vital original», mas que hacia el entorno, habria que buscarlo por caminos internos.
Vale.
Muy buena opinion, Lago.