Completo ahora, al leer el volumen Lezama Lima o el azar concurrente (Editorial Confluencias, 2010), los textos que faltaban de la obra de quien considero uno de los autores que mejor se ha asomado, y con sagacidad, no sólo a la obra textual, sino al espíritu del autor de Paradiso. José Prats Sariol indiscutiblemente ha logrado una hermenéutica entre la obra y el autor, ha redondeando de un modo lubricante la relación entre el espíritu y la manifestación cultural de quien gustaba llamarse “El viajero inmóvil”.
Y para ello Sariol ha tenido la paciencia, por más de cuarenta años, a través de una labor crítica y ensayística, de ofrecer “el medio paletal” y activar en la conciencia del lector lezamiano, y común, la zona donde se esconde el mayor tesoro de la obra de Lezama Lima: la promoción cultural.
El fin último de Lezama era, según experimentara un alejamiento de la escritura y la lectura, enrumbarse decididamente por lo que ya había ensayado tiempo atrás: obtener el contacto existencial y directo, ya no con el lector sino con el amante, con quienes tuvieran la sed de evolucionar y crecer a planos elevados de la conciencia. Lezama se disponía entonces a entregar a ciertos elegidos, mediante el diálogo socrático, su tesoro mejor guardado; la mímesis del eros y la cobertura de la poesía, traspasándola al alumno a través de su cuerpo y presencia bajo el “editamundo” del silencio. Lezama antes de morir intentaba dejar inaugurada, según su entendimiento de la paideia griega, una nueva tradición cultural, similar a la de los tiempos del oráculo de Delfos.
Es de suponer entonces que en más de quinientas páginas distribuidas en dieciocho capítulos y un epílogo, el volumen de Prats Sariol se caracterice por resaltar una constante subyacente: la concurrencia espiral en fases de una posible evolución espiritual, la transgresión aciclonada del despertar de la conciencia matizada en una experiencia inaugural: el Curso Délfico. Prats Sariol, quien toma las esencialidades de ese curso (1. la abertura paletal, 2. el horno transmutativo, 3. la galería aporética), del cual fuera uno de los afortunados estudiantes, nos revela parte del mundo secreto de la obra y las intimidades oraculares de Lezama.
La “abertura paletal” inauguraba el gusto y placer por aquellos textos oraculares. Se necesitaba primero cierta sensibilidad, a ganar a través de ciertos textos. Luego el “horno transmutativo” buscaba la cohesión dinámica de ese conocimiento textual y libresco, como savia corporal, asimilándose como contenido genético espiritual. Y finalmente la “galería aporética” como punto de retorno, una vez para no aburrirnos ante la finitud del ser, y mantener viva la esperanza de la resurrección. No sé hasta qué punto esto sea posible cuando aun en esta propuesta del curso vale proporcionar un sentido a la vida. Vale más el sentido que la vida misma. Vale más la concepción que la naturaleza de la vida misma. A Lezama y sus discípulos les interesaba más el andamiaje verbal que asumir la fatídica realidad de la finitud de la Historia.
No se trata de enseñar a Lezama. Parte el alma ver a Sariol. Cuarenta años de investigación y reflexión a la basura. Cuando le vi disertar en La Otra Esquina de las Palabras sobre el libro que reseñamos, me asaltó la duda de que la experiencia acumulada durante el Curso Délfico y los posteriores años de estudio no hubieran sobrepasado la abertura paletal. No pude encontrar en Sariol, en su presencia, en su existir, la concurrencia espiral de la poesía. La mirada y los gestos detectaban ansiedad intelectual. Nada en su ser retumbaba como experiencia, como logro espiritual encarnado en su cuerpo. Todo es una artimaña para soportar la falta de sentido de la vida que el maestro eludió pasando el tiempo en lecturas y escribiendo en busca del paraíso perdido.