Hay quienes igualan la concepción de imagen o imago en la poética histórica de Lezama con el estudio del imaginario colectivo que los historiadores, aglutinados alrededor de la escuela de Annales, emprendieron como objetos de investigación historiográfica para la época medieval francesa. Sin embargo, ambas percepciones difieren en mucho.
La imagen de Lezama no tiene ningún vínculo, sea causal o espiritual, con la idea historiográfica del imaginario colectivo o con el de la mentalidad colectiva. La imagen de Lezama tiene un carácter subjetivo e individual; le pertenece y por ende no es colectiva. Nadie más que él puede corroborar su imagen y su arte de mirar; más que una sustentación histórica es una visión poética y artística. Posee conciencia imaginativa, pero aún no conoce la realidad. En esto se parece mucho a la concepción historiográfica. El imaginario colectivo es, por el contrario, una proyección colectiva inconsciente de una imagen individual. Alguien que proyecta una imagen, una ficción, pero que se hace colectiva mediante la inconsciencia de la sociedad.
¿Cómo asir una imagen, entonces, que no tenga el mismo significado al de la imaginación ordinaria, o como lo llama Ouspensky en su libro “Fragmentos de una enseñanza desconocida”, al de la historia del crimen? Detrás del imaginario colectivo corre otra historia, oculta, profunda: la historia de la imagen, de la percepción trascendental. La historia del florecimiento del poeta en actos. Y al respecto Martí dice en una ocasión: “lo que llevamos a Cuba es una idea”. Y entiéndase la palabra idea como imagen, como visión. No es un imaginario, una ficción colectiva lo que postula Martí para Cuba y América, como aducen algunos postmodernistas, sino una imagen poética; un sedimento perceptivo en torno a la evolución de la conciencia americana.
Y cuando digo conciencia americana no me refiero al concepto ordinario de conciencia, ser, sujeto americano, sino a la voluntad trascendental de ese sujeto: un ser muy lejos del ego americano. Un fundamento para que llegue a existir un hombre mejor, orgánico y total. Una imagen de ese hombre es la que puede figurativamente expresarse mediante lo imperecedero que oculta la historia del crimen.
De modo que en Cuba no existe una periodización de sus eras imaginarias, pero si una periodización de la historia del crimen. No se puede entender la imagen, la visión de ese poeta en actos, como sujeto histórico, provisto únicamente de la voluntad de poder. La imagen una vez captada desemboca, según su intrepidez, en una era imaginaria, que según Lezama congela un proceso aún difícil de expresar pero que tiene sus vínculos históricos con los inicios de la formación de mitos y leyendas. Desde luego, una era imaginaria florece a plenitud cuando la imagen captada se disuelve con el sujeto perceptivo. Cuando el espejo ya no tiene nada que reflejar e incluso al sujeto mismo la era ya no es imaginaria sino real. Entonces la era, el espacio poético, expulsa su fragancia espacial.
Pero aun esta realidad permanece individual, en forma subjetiva en quien la ha robado. Es decir, cuando el poeta en actos florece a partir de su descomposición poetizada es cuando la imagen, el sueño, la visión, la idea, desciende a la realidad. Es cuando el sujeto poético se funde con la realidad, con el espacio poético; es cuando imagen y realidad dejan de ser fenómenos separados. Pero el proceso que marcha entre esa imagen y su realidad, que se hallan próximas, es lo que llamamos, usando la expresión de Lezama, era imaginaria o “descomposición poetizada del espacio”. Por eso la imagen postula un sentimiento de futuridad: su realidad está en el futuro de la humanidad: haciéndose sutilmente a cada instante hasta alcanzar su plenitud. De esto, de una era imaginaria cubana, tratan en esencia las líneas que siguen.
Una era imaginaria no es un periodo histórico ordinario. Lo que los historiadores cubanos han denominado periodos Colonial, Republicano y Revolucionario, con sus cortes estructurales internos, no son eras imaginarias. Ya hemos dicho que una era imaginara es una percepción individual y no colectiva. No puede ser objeto de la historiografía, pero sí de la psicología. ¿De qué psicología? Ouspensky decía que la psicología en boga, el psicoanálisis por ejemplo, no era tal psicología; no penetraba verdaderamente en los estados profundos de la conciencia humana, en este caso en el de la conciencia artística. Y una imagen tal y como la postulaba Lezama no era una imagen ordinaria o cualquiera, como en efecto lo era el imaginario colectivo puesto de relieve por el psicoanálisis, la psicología ordinaria y la psicología conductista.
En Lezama creo ver el preludio de la psicología olvidada a la que se refería Ouspensky: la psicología de la imagen que ve una posibilidad infinita del Ser, pero que no puede expresarse en su totalidad. De ahí que el sistema poético del mundo no sea un sistema matemático, filosófico, objetivo, acerca de la “realidad”, sino al sujeto psicológico. Es decir, para crear en el alter la sensación de que se ha construido un sistema de pensamiento. La dignidad que tiene la poesía, según Lezama, es de trasmitir la sensación de haber construido ese sistema, una totalidad que aparenta alcanzar la realidad, ya que a través de la prosa y la lógica no se puede trasmitir ni en apariencia. Con Lezama entramos en una dimensión del conocimiento totalmente diferente al del lo tradicional historiográfico para entender el proceso de constitución y formación del ser americano, del ser cubano y la cubanía.
Esta percepción metódica de Lezama, cifrada en las eras imaginarias, apoyada en la psicología de que el hombre ha dado señales de que puede despertar de su estado de inconsciencia y dejar atrás la imagen colectiva que lo domina, bien pudiera ayudar a descifrar la esencia cultural del sujeto nacional cubano. Su raíz es tan profunda que el viejo método del historicismo no va más allá de la superficie del problema.
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