El castrismo es un concepto intelectual. A medida que se fue afincando en el tiempo, la mente astral lo asumió como un hecho. En Cuba el concepto no ha sido popularizado; la gente común no ve al castrismo sino al socialismo. En la calle no se habla en términos de una sociedad castrista, sino socialista. Por lo general, en la psicología del cubano residente en Cuba Fidel Castro representa todavía el ideal socialista.
Dada a separarse de la sociedad, entre tiempo y distancia ha surgido la narrativa en torno al castrismo, asumiendo directamente la envergadura del concepto.
De algún modo, todos los que hemos narrado parte de la historia del castrismo nos hemos identificado con esa historia. De algún modo lo apoyamos, aunque estemos en desacuerdo. El hecho de que el castrismo forme una categoría abstracta en nuestra historia se incuba como un sueño, desde luego aportando elementos que propician su propagación mediática. Si hoy se habla tanto del castrismo es porque en algún sitio de nuestra mente soñamos deliberadamente con él, a favor o en contra. A favor en el sueño, en contra en la vigilia. Naturalmente, nuestras narraciones monologares se inspiran en el concepto soñado. Entonces viene una suerte de realimentación per se existencial, entre el yo y el concepto en su contraposición. Luego vienen los ingredientes que lo componen.
El concepto marca la pauta. No luchamos contra el concepto, sino contra la realidad que le da sustento. Esta identificación al concepto, que nos atrapa, no nos hará diferentes. Por supuesto, nos brota, de igual modo, una desdicha visceral. Y no podemos salir de su trampa conceptual. El castrismo juega el rol de trampa creada para nosotros mismos, una jugarreta contra sus propios detractores. Así de simple: a medida que nos abstraemos de la sociedad mediante un concepto, el mismo cobra vida e identidad en alguna parte. Forma una historia en nuestro inconsciente. Allí se incuba, para luego brotar. Esto explica la ambivalencia del ser humano, sobre todo del intelectual cubano, que a veces nos sorprende con un viraje. De pronto somos acérrimos enemigos del concepto y de pronto lo asumimos a favor.
He leído cientos de historia que denuncian las atrocidades que comporta el castrismo, pero son puramente historias que se identifican, como la de Vargas Llosa en “El sueño del Celta”, con las atrocidades del colonialismo británico en África y Perú. ¿Cómo salir de esas identificaciones? Amir Valle ha estado publicando una serie de relatos excelentes, “Memorias del horror”. Me gustaría decir que el pecado original del intelectual cubano no es, según el guevarismo, que no sea “auténticamente revolucionario”, sino estar identificado con cada uno de los conceptos de la revolución, estar apegado a su historia.
¿Qué son las narraciones? Historia identificada con el tiempo. La opinión de Guevara tiene un sentido moral, ético, ante el hecho revolucionario, pero ese no es el pecado. El pecado es la identificación que lleva el intelectual de su pasado. Por eso lo traduce en concepto, para poderlo manipular a su antojo. La asunción del castrismo en el intelectual es el mayor pecado porque siempre lo trasporta a la repulsa, el odio y la desdicha. Y le sirve de medio y propagación